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Mujer que recibió inyecciones de silicona para baños terminó con sus extremidades amputadas

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Frecuentemente se leen o escuchan casos de mujeres que con el objetivo de ser más bellas, han confiado sus cuerpos -y también sus vidas- a personas sin escrúpulos que les han inyectado productos no médicos, provocándoles devastadoras consecuencias. Sin embargo, el de la estadounidense April Michelle Brown supera todos los límites.

Descontenta con su trasero “plano”, la mujer de 46 años y madre de dos hijas fue cautivada por una oferta para cumplir su más profundo anhelo: tener glúteos como los de Jennifer Lopez o Janet Jackson. Pero su sueño rápidamente se convirtió en una pesadilla que la dejó marcada por el resto de su vida.

Todo comenzó en 2004, cuando dos clientas entraron a su salón de belleza. Mientras las atendía, una de ellas le contó a April que trabajaba inyectando silicona a “pacientes” en sus casas y le mostró el trasero de su amiga, a quien supuestamente había “tratado”.

“Recuerdo que pensé que era un milagro que ella hubiera llegado así a mi vida. Su amiga me mostró el trabajo que le había hecho y se veía genial”, recordó la mujer, cuya historia fue recogida por diversos medios, como la revista “Essence”, el periódico británico “Daily Mail” y la cadena NBC.

Entusiasmada y sin pensarlo mucho, April decidió que dejaría que la mujer le inyectara silicona en su trasero. El tratamiento le costaría alrededor de $500 mil y se realizaría en dos sesiones con algunas semanas de separación.

Sin embargo, luego de que la mujer le aplicara la segunda de las inyecciones, April se sintió insegura. “Pensé: ‘¿Qué estás haciendo? Estás dejando que alguien te inyecte algo en tu cuerpo y ni siquiera sabes qué es’”, relató. De hecho, la mujer que le realizó el procedimiento le indicó que necesitaría más inyecciones, pero ella se negó.

Durante los dos años siguientes, el cuerpo de April comenzó a manifestar las consecuencias de lo que se había hecho. Claro, porque la silicona que le habían inyectado en su trasero no era médica, sino industrial, de la que se utiliza para sellar baños. Sus nalgas se pusieron duras y la piel de la zona se oscureció. “Sabía que algo no estaba bien. Pero la vergüenza me detuvo para buscar ayuda médica”, contó.

Pero eso no fue todo. Además de los cambios físicos, la estadounidense comenzó a padecer dolores punzantes e insoportables, por lo que finalmente acudió a diversos médicos para intentar convencerlos de que le removieran su trasero, lo que logró recién en 2011.

La primera cirugía sólo le amputó parcialmente sus nalgas, ya que luego se completaría el procedimiento en su totalidad. Sin embargo, durante la espera para la segunda operación, April desarrolló una grave infección por estafilococo que la dejó al borde de la muerte. De hecho, cuando fue llevada al hospital con una presión arterial bajísima, los médicos no le dieron más de 24 horas de vida.

En el afán por salvarla, los doctores le administraron medicamentos para concentrar el flujo sanguíneo en la zona central de su cuerpo. Y lo lograron, pero como sus extremidades comenzaron a recibir cada vez menos sangre, se gangrenaron, por lo que la única solución fue amputárselas.

“Pagué un precio terrible por mi vanidad”

April pasó los siguientes seis meses en el hospital, acostumbrándose de a poco a su nueva anatomía. “Pasé por momentos muy oscuros. Lloré un mar de lágrimas. Tuve que enfrentarme al hecho de que había perdido mis manos, pies y nalgas. Estaba abrumada por la vergüenza y la culpabilidad… todo porque quería un trasero más grande”, sostuvo.

Sin embargo, cuando la dieron de alta la mujer estaba convencida de que debía convertir su terrible experiencia en algo positivo. Así, decidió entrenar para participar en una triatlón, ya que pensó que si podía llegar a la meta, lograría cualquier cosa que se propusiera en el futuro.

Utilizando a sus prótesis o sólo con sus muñones, April aprendió nuevamente a caminar, a andar en bicicleta y a nadar. Y aunque el dolor que sentía a veces incluso la  hacía llorar, cumplió su objetivo: completó una caminata de 4,8 kilómetros, estuvo sobre la bicicleta otros 16 y nadó 150 metros.

“Cuando crucé la línea de meta con mi familia alentándome, lloré lágrimas de alegría”, confesó.

Ahora, la estadounidense sólo quiere seguir adelante, enfocarse en su vida espiritual y estar en contacto con jóvenes que no están satisfechas con su cuerpo, ofreciendo charlas motivacionales.

“Creo que sobreviví para compartir mi historia. Quiero advertir a los otros sobre los peligros que tiene el mercado negro de las cirugías. Nacemos completos, íntegros y perfectos. Mi gran mensaje es que debemos aprender a amarnos y aceptarnos por lo que somos”, dijo.

“Pagué un precio terrible por mi vanidad y lo pagaré por el resto de mi vida. Pero no culpo a nadie más que a mí misma”, reflexionó.

fuente emol.com

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